A fondo

Así nació y murió un pequeño nuevo mundo en siete años

Imagen tomada en 2017 desde la cumbre de la isla de Hunga Tonga - Hunga Ha'apai. La isla ya no existe.
Imagen tomada en 2017 desde la cumbre de la isla de Hunga Tonga - Hunga Ha'apai. La isla ya no existe.
Cécile Sabau & Damien Grouille / Wikipedia.
Imagen tomada en 2017 desde la cumbre de la isla de Hunga Tonga - Hunga Ha'apai. La isla ya no existe.
La isla del volcán Hunga Tonga-Hunga Haapai, que registró una erupción violenta el 15 de enero.
Europa Press

En enero de 2015 un pequeño nuevo mundo surgió ante nuestros ojos, cuando la erupción del volcán submarino Hunga Tonga-Hunga Haʻapai, en el Pacífico sur, creó una nueva isla de entre 2 y 4 kilómetros cuadrados, con una altura de 120 metros. Esta nueva tierra unía las pequeñas islas de Hunga Tonga y Hunga Haʻapai, que antes de la erupción estaban separadas por 1,6 kilómetros de agua.

Pero a veces ocurre que lo que la naturaleza da, la naturaleza quita. La nueva isla solo duró siete años. En enero de 2022 otra erupción aún mayor, la más grande del planeta en lo que llevamos de siglo, provocó un tsunami que llegó a las costas de Japón y América, olas atmosféricas que dieron la vuelta al mundo varias veces, y un penacho volcánico que se elevó a 58 km de altura. Una de las explosiones pudo oírse en Alaska, a 10.000 kilómetros de distancia.

Hunga Tonga en 1978, antes de la erupción de 2015.
Hunga Tonga en 1978, antes de la erupción de 2015.
NASA/USGS
La nueva isla fotografiada en 2021, antes de la erupción que la hizo desaparecer.
La nueva isla fotografiada en 2021, antes de la erupción que la hizo desaparecer.
ESA / Copernicus Sentinel-2 L2A
Hunga Tonga en febrero de 2022, después de la erupción que hizo desaparecer la nueva isla.
Hunga Tonga en febrero de 2022, después de la erupción que hizo desaparecer la nueva isla.
ESA / Copernicus Sentinel-2 L2A

Según los científicos, el exceso de vapor de agua que el volcán inyectó en la atmósfera tardará varios años en disiparse, y posiblemente aumentará el calentamiento global. Como resultado de este cataclismo, la nueva isla se volatilizó, y de nuevo quedaron solo los restos de las dos islas previas, aunque ahora más pequeños. Por suerte, la ubicación tan remota de este volcán evitó una catástrofe como las que ocurren cuando la violencia de la Tierra se desata en zonas densamente pobladas, como lo sucedido en el espantoso desastre de Turquía y Siria.

El volcán de Tonga ha sido una fuente de valiosos datos científicos para geólogos y vulcanólogos, que han podido indagar en las razones que hicieron de esta una erupción tan brutal. Pero este experimento natural de la Tierra ha servido además a los biólogos como una rara ocasión para estudiar cómo la vida colonizaba una tierra nueva. Y lo que han encontrado ha sido distinto de lo esperado.

La vida se abre camino

Al poco de formarse la isla, las aves marinas (charranes sombríos) comenzaron a anidar en ella, y los primeros científicos que visitaron la isla vieron incluso una lechuza, que debió de aprovechar para extender su territorio de caza desde una de las islas originales. De las semillas que las aves expulsaban con el guano nacieron plantas que pronto se extendieron por el suelo volcánico. Una expedición dirigida por la Universidad de Colorado recogió muestras para analizar los microorganismos que habían colonizado la nueva isla.

Los científicos esperaban encontrar cianobacterias, microbios primitivos fotosintéticos que se cuentan entre los primeros seres vivos del planeta y que suelen adueñarse de las tierras nuevas, como las que aparecen cuando los glaciares se funden; o bien otros microorganismos procedentes de los animales, del agua marina o de las dos islas originales. Pero lo que encontraron fue muy distinto: comunidades de microbios metabolizadores de azufre, emergidos desde las profundidades del propio volcán, junto con otros que viven sin oxígeno. Estos microbios, similares a los que normalmente se encuentran en las fuentes hidrotermales submarinas o en las aguas termales volcánicas, fueron los primeros habitantes de la isla, antes de que los animales y las plantas se establecieran allí.

Microbios ancestrales

Curiosamente, las fuentes hidrotermales en el fondo del océano, puntos calientes que conectan la superficie de la corteza terrestre con la actividad volcánica que duerme debajo de nosotros, son un ecosistema propuesto como posible origen de la vida en el planeta. En la Tierra primitiva estos lugares proporcionaban diversos nutrientes, carbono, moléculas precursoras y energía suficiente para que tuvieran lugar las reacciones químicas que a lo largo de millones de años acabarían originando las primeras protocélulas. Si esto ocurrió, algo que en realidad nunca sabremos, los antepasados muy lejanos de esos microbios que colonizaron Hunga Tonga-Hunga Haʻapai pudieron ser nuestros propios ancestros.

Los antepasados muy lejanos de esos microbios que colonizaron Hunga Tonga-Hunga Haʻapai pudieron ser nuestros propios ancestros

Los autores del estudio, publicado ahora en la revista mBio, contaban que justo una semana antes de la erupción de enero de 2022 estaban planificando una nueva expedición a la isla para recoger nuevas muestras y comprobar cómo evolucionaba la vida allí. Por desgracia, nada de esto podrá hacerse. Cuando la isla se acababa de formar, los científicos temían que durase poco debido a la erosión que pronto comenzó a llevársela de vuelta al mar; en los últimos 150 años solo han surgido tres nuevas islas volcánicas de este tipo que hayan durado más de unos meses. Algo después, las observaciones de la evolución inicial de la isla motivaron previsiones más optimistas: en 2017 se decía que tal vez podría sobrevivir 30 años, o al menos una década.

Pero la erosión no tuvo tiempo de hacer su trabajo: llegó la nueva erupción, y este nuevo mundo volvió a la inexistencia, junto con sus criaturas. El experimento natural terminó y no sabemos cómo habría continuado. Por desgracia, no habrá segunda temporada.

Javier Yanes
Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular

Soy periodista, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular. Antes de dedicarme al periodismo, en los años 90 trabajé en investigación en el Centro Nacional de Biotecnología y publiqué 19 estudios científicos y revisiones. Como periodista de ciencia, fui jefe de sección de Ciencias del diario Público, y entre mis colaboraciones figuran medios como El País/Materia, El Huffington Post, ABC, Efe o BBVA OpenMind, entre otros. En mis ratos libres también intento viajar y escribir sobre viajes. He publicado tres novelas: 'El señor de las llanuras' (Plaza & Janés, 2009), 'Si nunca llego a despertar' (Plaza & Janés, 2011) y 'Tulipanes de Marte' (Plaza & Janés, 2014).

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